Déjame antes de irte a nueva tierra, el verde inhabitado de tu selva, tu cornalina oscura, tu modelable greda, para reconstruirte en mis insomnios, cuando la musa que fue luz, se muera.
Deja en la plenitud que el cielo argenta, el acimut divino de tu estela, pero también tu piel, tus muslos, tus caricias, la flor de tus pezones y tu lengua.
No te vayas del todo, deja un beso dormir sobre mi arena, para que al despertar, en la mañana, las gélidas astillas de mi pena, clavadas en tu ausencia y congeladas, se entibien en tus médanos de felpa.
La miro y me parece hecha de porcelana como una delicada muñeca de Lladró, pero al tocarla pienso: La porcelana es dura y sus ojos pintados no reflejan ternura, es rígida y sin vida, es fría ¡Y ella no!
Y a veces me pregunto si es un hada del sueño que despertó en la noche y al alba se durmió, pero el sueño no existe más que en el pensamiento, que dura lo que dura solamente un momento y el pensamiento pronto se olvida ¡Y ella no!
Y así pensando quiero descubrir quién es ella, saber por qué me ama y por qué la amo yo; entonces me pregunto ¿Será mi alma gemela de la cual sólo veo una onírica estela? pero el alma está fuera del mundo ¡Y ella no!
Ella es como la blanca y perfumada rosa que sembrada en mi patio sus pétalos abrió, esa que a mi caricia pagó con una herida, pensé entonces: La rosa tan bella y colorida está llena espinas que hieren ¡Y ella no!
Ella guarda el secreto sabiendo que procuro develar el misterio con que Dios la vistió y aunque no me lo diga, es tan mía y tan bella, que ha dejado en mi alma una indeleble huella que no puede borrarse sin que me muera yo.
¿Será entonces un ave, una nube, una estrella? ¿Será una gota de agua que en mi pecho cayó? pero las aves vuelan hacia el sur en invierno, porque ese es su destino y el destino es eterno... Las aves y las aguas se marchan ¡Y ella no!
Déjame antes de irte a nueva tierra, el verde inhabitado de tu selva, tu cornalina oscura, tu modelable greda, para reconstruirte en mis insomnios, cuando la musa que fue luz, se muera.
Deja en la plenitud que el cielo argenta, el acimut divino de tu estela, pero también tu piel, tus muslos, tus caricias, la flor de tus pezones y tu lengua.
No te vayas del todo, deja un beso dormir sobre mi arena, para que al despertar, en la mañana, las gélidas astillas de mi pena, clavadas en tu ausencia y congeladas, se entibien en tus médanos de felpa.
Llanura de blanca luna, dibuja sobre su frente tu magia fosforescente que alumbra como ninguna, llanura de luna blanca, llanura de noche bruna donde tu espejo se acuna y entre el follaje se estanca.
Llanura de mi esperanza bañada por las estrellas si sus ojos son como ellas este verso no me alcanza ni las palabras más bellas, ni la luz de las centellas para cantar su alabanza.
Llanura dame el camino donde camina mi amada que en tu noche iluminada yo sembraré mi destino en el manantial divino que brota de su enramada.
Llanura dime el secreto que tienen sus labios rojos que despiertan mis antojos con ese calor discreto que forma hoguera en mis ojos.
Dame el agua de tu río para bañar su blancura y dime que no es locura soñar que su amor es mío.
Llanura dame una poca de la savia que se anida en la mata de su boca.
Jardín de las delicias, de sílfides y malvas, floreces cuando sueñas, recostada en la roca de las mareas altas.
Y el sueño donde siembras claveles y montañas, restaura el paraíso y el Eufrates y el Trigris de nuevo se engalanan.
Descubres a mis ojos, que en tu silueta vagan, las hondas claridades que el día difumina, cuando despierta el alba.
Así te veo siempre, dormida en la mañana y antes que rompa el día vestido de escarlata, desnudo me sumerjo, desnudo y sin palabras, en la incorpórea fuente donde el amor se baña.
Entonces, sólo entonces, cuando las blancas flores se postran de rodillas, sabiéndote más blanca, me acerco descubriendo las sábanas de plata, que arropan la tersura de tus valles de nácar.
Y al verte así dormida, mi alma enamorada descubre que es más fuerte, que el fuego de mi fragua, más tibio que el deseo, más mío que mi alma, más cierto que la muerte, más grande que la nada, ese jardín de perlas y sueños en tu almohada.
Y entonces un suspiro, que alguna diosa exhala, susurra en mis oídos diciendo sin palabras: La rosa de los sueños se marchita al tocarla… Deja, deja que duerma recostada en la roca de las mareas altas, que dormida es más bella y es cuando más te ama.
Por fin estás aquí, y era justicia que se alterara el rumbo de mi suerte, porque al llegar, la vida que se inicia al roce de una cálida caricia, podrá llamarse vida hasta la muerte.
Y es que después de haber andado tanto, las calles donde andabas también tú son calles de dolor y desencanto, que hoy sólo guardan sal de nuestro llanto que se evapora al cielo cual grisú.
No quiero preguntar qué te condujo a deslastrar mi fe de su flaqueza, porque sé que al compás del mismo influjo fue el ansia del amor que nos sedujo, cambiando en plenitud nuestra tristeza.
Hoy dos años después de nuestro encuentro, no he de negar la mágica verdad: Que inevitablemente eres el centro del inefable amor que llevo dentro, más allá del silencio y de la edad.
No fue tu juventud ni mi lujuria, ni fue tu soledad o mi deseo que guardado en mi piel media centuria, cambió la aguda espina de su furia por el divino lazo de himeneo.
Y es cierto, porque ya lo has comprobado, que el tedio que hasta ayer tejio el dolor, ha muerto y al morir se ha transformado en lo que tú anhelaste y yo he soñado, para fundar la fe de nuestro amor.
Tampoco soy quizás quien más se ajusta al ideal del hombre que esperabas, pero la vida a veces tan injusta, siempre detrás del golpe de su fusta te reserva el destino que buscabas.
Y no hace falta odiar, no es necesario, a quienes no merecen el perdón, pues cada quien hilando va el sudario, que habrá de usar al fin del inventario para enterrar su propio corazón.
Te doy pues lo que soy en esta hora tardía de ilusión mas, por ventura, el alma que sufrió por la demora supo encontrar en ti su redentora para surgir más fuerte y más madura.
Y aunque no he de ofrecerte un tiempo largo marchitada en mi piel la juventud, mi amor que despertó de su letargo, vivió y sufrió por otra y sin embargo es sólo para ti en su plenitud.
Déjame antes de irte a nueva tierra, el verde inhabitado de tu selva, tu cornalina oscura, tu modelable greda, para reconstruirte en mis insomnios, cuando la musa que fue luz, se muera.
Deja en la plenitud que el cielo argenta, el acimut divino de tu estela, pero también tu piel, tus muslos, tus caricias, la flor de tus pezones y tu lengua.
No te vayas del todo, deja un beso dormir sobre mi arena, para que al despertar, en la mañana, las gélidas astillas de mi pena, clavadas en tu ausencia y congeladas, se entibien en tus médanos de felpa.
De madrugada, cuando al fin la ciudad quedó callada, quise por esta vez no levantarme.
Me pareció mejor que la cortina que finge el horizonte de tu alcoba, posara en la ventana su tejido traslúcido y el haz de una farola, prestara tenue luz a tu silueta donde tibia reside una amapola.
Decidí que es mejor soñar contigo, Tendida verbo y piel sobre la alfombra, mientras la lejanía y la vergüenza que a veces te encadenan y te arropan, humildes se arrodillan ante el sueño entregándote a mí, desnuda y sola.
Y me quedé dormido nuevamente, sobre el perfil etéreo de tu sombra que llegó marinera hasta mi pieza, silbando una perdida barcarola con un dulce murmullo entre los labios, como el azul susurro de una ola que pasa remedando la caricia, que deja sobre el mar una gaviota.
Afuera, la ciudad que contamina el aire y el color de la corola, los ríos, y las flores de los parques y el verde colorido de su estola, demuestran su estupor ante la magia, del sueño que en mi noche se interpola donde tu cuerpo tibio se trasiega, en la copa de amor que me acrisola.
Decidí que es mejor soñar contigo, tallada en una nube de escayola y dejar mi silencio coronado, con el dorado beso de tu aureola.
Si en el húmedo beso de tu boca, encuentra el alma corporal recinto, no es mejor, ni es más cierto, ni es distinto, el beso al labio, que otro labio toca.
Porque el cuerpo del alma no disloca la divina unidad, ni el laberinto donde crece el deseo y el instinto, oculta al cuerpo lo sutil que evoca.
¿Quién podría juzgar de mi deseo, la razón inefable que lo orilla a endiosar la sustancia de tu arcilla?
Hay detrás de esa piel, donde te veo, una chispa divina de Himeneo... ¿Quien podría negar tal maravilla?